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Escritor Argentino

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Diario de marear

Amalia fetichismo du temps jadis
Amalia fetichismo du temps jadis

Maravillas de la tecnología, escuché por radio a Ella Fitzgerald cantando una canción que me encanta, pero ignoraba el nombre: It is only a paper moon / Sailing over a cardboard sea / But it wouldn't be make-believe / If you believe in me (Es tan solo una luna de papel / navegando en un mar de cartón / pero no sería un simulacro / Si tú creyeras en mí). Activo el programa Shazam del celular; en segundos sé el título, It is only a paper moon. Las creaciones artísticas dejan de ser simulacro si quienes la aprecian o denuestan, no creen en ella. Me fui por las ramas.

Quizá no. Amalia de José Mármol es un claro ejemplo: no es un simulacro si uno cree en ella. En la secundaria debimos leerla y a mis compañeros les cayó como una patada en la entrepierna; a mí me fascinó; además de ser nuestra primera novela, me pareció una obra ineludible de nuestra literatura —en 1989 la releí y agregué comentarios—. Por otra parte, nuestra lectura de Amalia estuvo matizada por las clases de Historia Argentina cuya profesora no era más derechista porque se caía de su mundo plano; curiosamente incentivaba las discusiones, respetaba nuestras opiniones y nos dejaba debatir. Algunos de mis compañeros salieron ultras ─nacionalistas o izquierdistas─. El señor es mi pastor, me hizo escéptico y agnóstico.

Un dato importante de Amalia es que su trama entrevera personajes y situaciones históricas contemporáneas y resulta una suerte de manifiesto contra Rosas. En su momento tuvo un valor que hoy perdemos de contexto ya que propone destruir la imagen del Restaurador y sus allegados. Para ello, además de enfatizar en su crueldad, lo ridiculizaba junto con su familia y entorno; y lo hace caracterizando a sus personajes a través de sus manos y, fundamentalmente, de sus pies. Pero Mármol —gentleman unitario— le perdona la vida a Manuelita Rosas, hija del tirano, y a la hermana menor de Rosas, Agustina Ortiz de Rosas, madre de Lucio V. Mansilla. No obstante, en el baile donde es invitada Amalia, la opinión de la anfitriona, la “señora de M...”, de Agustina Ortiz de Rosas es: “una linda aldeana, de brazos demasiado gruesos, manos silvestres y frívola”.

En la hipótesis de David Viñas “la literatura argentina empieza con una violación” ─insinuada en el cuento “El matadero” de Esteban Echeverría─. Para no ser menos, propongo la tesis de que la novela argentina comienza con un voyerismo fetichista por los pies, la podofilia, aunque el término no está registrado por la RAE, la podofilia nace con las letras; Tetis, ninfa y madre de Aquiles es conocida como “la de los lindos pies”.

De allí en más el fetichismo se instala en la literatura. Bellos pies y sandalias surcan la poesía épica greco latina y llegan hasta nuestros días, el de la Triste Figura no es inmune a esta “parafilia” ─como llama a este tipo de refinamientos eróticos la RAE─ cuando junto con sus amigos de aventuras reconoce (I-28) a la pastora Dorotea, que estaba disfrazada de pastor, cuando se lava los pies en un arroyo: “... que eran tales que, no parecían sino dos pedazos de blanco cristal. Sorprendioles la blancura y belleza de sus pies...”

En la primera descripción del dormitorio de Amalia leemos: “Otra cosa, la más preciosa de todas, completaba el ajuar del aposento, era un par de zapatitos de cabritilla oscura bordados de seda blanca, de seis pulgadas de largo apenas, y de una estrechez proporcionada: eran los zapatos de levantarse de Amalia de la cama”, de ahí en más sus pies formarán parte de la descripción de su intimidad. Más adelante otra beldad, Florencia Dupasquier: “de 17 o 18 años” desciende de un carruaje frente a la casa de Encarnación Ezcurra: “Su gracioso salto dio ocasión por un momento a que asomase, de entre las anchas faldas del vestido, un pequeñito pié, preso en un botín color violeta”; para continuar con las diferencias entre buenos y malos: “Pero la joven no encontró en esa sala sino dos mulatas, y tres negras que, cómodamente sentadas, y manchando con sus pies enlodados la estera de esparto blanca con pintas negras que cubría el piso, conversaban familiarmente con un soldado de chiripá punzó y botas de potro, y de una fisonomía en que no podía distinguirse donde acababa la bestia y comenzaba el hombre”.

Juan Manuel de Rosas no escapa a este “clasismo podólogo”: “Rosas se sentó a la orilla de su cama y con las manos se sacó las botas, poniendo en el suelo sus pies sin medias, tales como habían estado entre aquellas; se agachó, sacó un par de zapatos debajo la cama, volvió a sentarse y, después de acariciar con sus manos sus pies desnudos, se calzó los zapatos”.

En este aspecto nuestra primera novela también es vanguardista del fetichismo. En abril 2003 encontré en The Strand Bookstore, la mítica librería de Broadway y la Calle 12, un libro de fotos que andaba venteando hacía años: Elmer Batters from the tip of the toes to the top of the hose (Elmer Batters desde la punta de los dedos de los pies al extremo de la media); un fetichista de pata negra. La personalidad de Elmer Batters no tenía nada que ver con su caripela que aparece en el libro; uno no desearía que la hermana o la novia se encontrasen encerradas con él en un ascensor —a mí tampoco—. Pero este tipo sólo se piantaba por pies femeninos y los fotografió durante cuarenta años, desnudos o con medias, muchas veces, parejas de chicas desnudas en actitudes softcore de amor sáfico, siempre centrado en sus pies —solo parejas, a Elmer Batters no le gustaban los tríos ni mezclar hombres—. Elmer Batters, vivió con su esposa casi cincuenta años y salía a la caza de jóvenes de lindos pies a las que invitaba a sesiones de fotografía en su casa; las niñas acudían acompañadas de sus novios o amigas; él fotografiaba y su esposa preparaba sopitas o cenas. A veces las modelos —o novios— insistían en que se dedicara a los codiciables tetas o culos. Elmer Batters era inflexible y realizó centenas de tomas desde mediados de los '40 a mediados de los '80. Lo gracioso es que, en estados de su país, las fotos fueron consideradas pornográficas y no las de tono lésbico sino las de pies, desnudos o con medias con costura o las de los zapatos de tacón colgando de la punta de los dedos. Actualmente pautado en códigos fetichistas: heel popping, toe dangling, feet dipping, toe cleavage.

Vuelvo al baile en la novela de Mármol, la conversación de Amalia con “señora de M...”: “Yo se lo explicaré a usted: son hombres de pies anchos y botas cortas ¿se ríe usted? / De la ocurrencia, señora. / Pues esa es la primera señal de la clase a que esos hombres pertenecen. Oh, de esos no había por cierto en nuestros pasados bailes, ¡Botas en un baile!”

Pienso, ahora que está de moda reescribir clásicos de nuestra literatura con improntas sexuales: Martin Fierro bujarrón o su mujer tortillera, no hacer otro tanto. Me inspiraría en fotos y estética de Elmer Batters. Amalia y Florencia Dupasquier —las imagino del llamado “pie romano”; en código de podofilia: rasgo de personas lujuriosas—; en dúo, retozando y magreándose, ahora con escenas de sexo hardcore.

 





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